lunes, 19 de octubre de 2009

muy buenos muchachos



Cuando la historia contenida en un libro, una película, o una canción se basa en hechos reales, todo coincide, capítulo tras capítulo, escena tras escena, las piezas del rompecabezas van apareciendo y sorprendentemente unas encajan con otras. No hay exceso de violencia, ni de drama, ni de comedia como en las series televisivas de bajo presupuesto. El relato es como la vida misma. Las dichas y sinsabores se van sucediendo uno tras otro sin ninguna manipulación intencionada. Los parlamentos y conductas de los protagonistas no se contradicen sino que corroboran las personalidades de cada protagonista. La trama gana credibilidad y compromiso por parte del lector o cinéfilo y nos alienta a proseguir con ella. Obviamente que está de por medio el profesionalismo de todo el equipo de producción, de los actores y actrices, la escenografía, la fotografía, el sonido, el vestuario, etc. Pero considerando una calidad aceptable en el nivel de producción, el cuento sacado de la vida misma se distingue claramente de aquél creado por un guionista quien se basa en unos pocos hechos auténticos, con alguna o bastante añadidura de cosecha imaginativa propia.

Mucho se ha criticado a las películas comerciales por distorsionar la realidad, sobretodo en los campos de ciencia ficción y drama barato de Hollywood. Mientras algunos defienden la prerrogativa del cine de repartir simple entretenimiento, otros sostienen que debería ser un medio para educar, transformar o al menos conservar la historia de los pueblos. Muy a menudo encontramos a renombrados actores tratando de protagonizar la faena de sus vidas para intentar salvar una película de trama endeble o de pobre realización cinematográfica. Resultan muy escasos entonces los filmes que se han distinguido por su gran calidad conjunta. Se requiere de una buena historia pero también de un sobresaliente equipo actoral, extremo cuidado en los detalles escenográficos como los trajes, vehículos, casas y edificios, condiciones de luz, ángulos de las tomas; ese instinto para capturar la escena desde el lugar exacto en el momento preciso. A la cabeza de todo esto, la persona que supervisa desde el color de la ropa interior del elenco, hasta la textura de las paredes en una determinada locación. Aquél que pone la cabeza para que le pongan una corona o se la arranquen de un sablazo; el director.

Una de esas películas inmortales, no sólo por constituir la fotografía póstuma de un grupo humano en un determinado espacio-tiempo, sino por su alta calidad narrativa y técnica cinematográfica, se llama Goodfellas (Buenos Muchachos). Es la historia de un grupo de descendientes de italianos militantes de la mafia neoyorquina desde los años 50s hasta los 80s. Los italianos con su vida emocional a flor de piel, con sus tradiciones regadas por los cinco continentes no solamente como herencia del imperio romano en la civilización occidental, sino más sólidamente por las constantes migraciones en los últimos siglos. A pesar de tratarse de la mafia, es una película norteamericana con actores norteamericanos de origen italiano en Nueva York y New Jersey, hablando inglés y con música americana característica de las décadas de los 50s, 60s y 70s. El director se llama Martin Scorsese (1942), defensor de la identidad ítalo-americana y sutil crítico de la violencia de la Cosa Nostra, particularmente de la siciliana. Es considerado uno de los directores cinematográficos más significativos e influyentes de nuestra época, y de quien solamente queremos limitarnos a comentar por ahora, sobre aquél que para muchos de nosotros es su mejor filme: Goodfellas.

La película esta basada en el libro de Nicolas Pileggi (también descendiente italiano) llamado “Wiseguys” (capos), quien junto con Scorsese participó en el guión de la película. Pileggi se ganó la vida por muchos años como reportero policial en Nueva York y conocía personalmente a los protagonistas de su libro, todos ellos de carne y hueso. Robert de Niro es uno de los actores predilectos de Scorsese y la dupla DeNiro-Pesci ya tenía varios años de exitoso perfeccionamiento cuando fueron convocados para Goodfellas. Scorsese se sintió atraído a realizar la película después de haber leído el libro de Pileggi que le pareció uno de los relatos de gangsters más honestos que jamás había leído. “El libro es honesto. Te muestra la verdad de cómo funcionan las cosas en este mundo”, destacó. Desde un inicio, Scorsese sabía que quería imprimir gran velocidad al filme para poder así retratar lo vertiginoso del estilo de vida de la mafia. Scorsese llamó por teléfono a Pileggi directamente sin ningún intermediario para confesarle: “He esperado toda mi vida por este libro”, a lo cual Pileggi respondió: “He esperado toda mi vida también por esta llamada."

En 1990 la película fue nominada a 6 premios de la Academia, pero sólo Joe Pesci ganó el Oscar como mejor actor de reparto. En ese año el fenómeno “Danza con Lobos” fue arrasador, ganando el Oscar a la mejor película y varios otros más. Goodfellas le trajo a Scorsese el León de Plata en el Festival de Venecia como mejor director en 1990. Algunos premios obtenidos por Goodfellas son: Los Angeles Film Critics 1990 – cinco premios incluyendo mejor película y mejor director. New York Film Critics 1990- mejor película y mejor director. National Society of Film Critics 1990 – mejor película y mejor director. British Academy Awards 1990 – cinco premios incluyendo mejor película y mejor director.

Goodfellas se considera a menudo uno de los mejores filmes de todos los tiempos. En el género conocido como crimen, hay quienes lo declaran en empate técnico con “El Padrino I” de Francis Ford Coppola. El mismo gobierno norteamericano lo denomina de “importancia cultural”, habiendo sido seleccionado para ser preservado para la posteridad por la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos en Washington D.C.

sábado, 10 de octubre de 2009

pedro navaja cumple 30 años



Podría haber elegido la fácil ruta del establishment, la de ser un abogado latino con título universitario estadounidense; muy seguramente no la habría pasado tan mal en su natal Panamá, pero sintió el llamado del deber para con su pueblo latinoamericano. Eso que muchos de nosotros no sentimos ni entendemos: el compromiso social, las caras de nuestra gente en la memoria, los rostros de esos que esperan que algún día alguien importante haga algo por ellos; la mística de ser la voz de los sin voz. No solamente siente infinito orgullo de su herencia latina, sino que trabaja perpetuamente y desde diversos frentes, para que otros latinos como nosotros, conservemos, cultivemos y celebremos la enorme dicha de ser hispano.


Rubén Blades, nacido en 1948, panameño, abogado, activista, mente lúcida latinoamericana de nuestros tiempos desde hace varias décadas, ha sido ministro panameño de turismo y lleva un cartón de abogado de la muy prestigiosa Universidad de Harvard en Boston. Ha incursionado en muchas películas del cine comercial y del independiente, y lleva esa fascinación por la música, el arte, la cultura, la vida y la gente. Para muchos de nosotros, su obra póstuma, sin lugar a dudas, es Pedro Navaja, y a pesar de que la trama se lleva a cabo en la ciudad de Nueva York, en el bajo Manhattan, se trata de un sórdido reflejo de lo que sucede en los barrios populares de América Latina desde México hasta Argentina.

Pedro Navaja es un tema ícono, una rareza, una asombrosa ficha que corrió como pólvora entre las comunidades hispanas del planeta por esos años y muchos de los posteriores. El sub-mundo del crimen, esa cloaca que nadie quiere destapar pero que todos sabemos está ahí debajo de nuestras narices. Aquél nivel de realismo era absolutamente inusual en los años 80, cuando Madonna y Michael Jackson le cantaban al cándido enamoramiento juvenil. Como Rubén Blades mismo cuenta en vivo, en un concierto en Nueva York en 1989, la disquera no se interesó inicialmente por el tema al considerarlo muy largo. Afortunadamente Blades insistió con la idea y logró grabar así uno de los temas emblemáticos del género conocido como salsa.

El valor histórico-social de Pedro Navaja radica en la crónica de la realidad con la que muchos latinos convivimos de manera cotidiana en todo Latinoamérica. Su impecable técnica descriptiva, escogiendo cuidadosamente cada palabra como si se tratara de una receta culinaria secreta y a la vez empleando un español universal, sin jerga local, comprensible por todos los pueblos hispanos desde Madrid hasta Santiago de Chile. Los instrumentos se van sumando uno a uno y con gran estrategia a medida que la canción avanza, el tema va acelerando a medida que el relato prosigue, la melodía asciende un tono más agudo al iniciarse cada nueva estrofa generando esta atmósfera de tensión y expectativa por conocer el desenlace. El coro o estribillo de la canción no encierra realmente un mensaje; son las estrofas las que constituyen el verdadero cuento, es el relato el que fascina, el que atrapa.

Rubén Blades y Pedro Navaja han pasado entonces al libro de historia iberoamericana contemporánea por su realismo, por su alto nivel de composición y ejecución, por retratar de manera fidedigna con certeras pinceladas y con el estilo musical preciso (salsa), un momento clave en la historia de América Latina. Muchos podríamos preguntarnos, ¿por qué si Blades aboga por la reivindicación de la raza latina, compone un tema que desnuda lo más oscuro de la vida en las barriadas? No es otra cosa que un contraste artístico, una sutil ironía que busca revelarnos un camino equivocado, una ruta que no deberíamos continuar por no conducir a nada, una historia que se repite a diario y que debemos tener siempre en cuenta para evitar resbalar dentro de ella y alejarnos así de nuestra misión como portadores de una hermosa herencia: la de ser latinoamericano.