lunes, 4 de marzo de 2013

Newtown-Connecticut, diciembre del 2012


El periodista Mexicano-Americano Jorge Ramos, sostiene valientemente su punto de vista respecto a la absurda carrera armamentista al interior de los Estados Unidos.  Se trata de un contubernio en cual estan coludidos los multimillonarios fabricantes de armas y los politicos en Washington D.C. 



No les creo

Jorge Ramos

Lo peor de todo es que, pronto, otra masacre volverá a ocurrir en Estados Unidos. Esta anunciado”. Esto lo escribí hace cinco meses, después de la matanza en un cine de Aurora, Colorado, donde murieron 12 personas.

Estaban dadas todas las condiciones para otra masacre: acceso ilimitado de armas y un Congreso temeroso de poner restricciones nuevas a sus ventas. Y pasó: 27 personas fueron asesinadas en una escuela de Newtown, Connecticut, incluyendo a 20 niños.

Ya no les creo a los políticos que dicen que van a imponer límites al uso de armas. Siempre dicen lo mismo después de una masacre y no hacen nada. Tras la muerte de 13 personas en la escuela secundaria Columbine, en Colorado, en 1999 no hicieron nada. Tampoco tras el asesinato de 32 en la universidad Virginia Tech en el 2007. Y ahora, ante el asesinato de niños de kinder, dicen que sí van a hacer algo al respecto, pero tienen cero credibilidad. Por eso no les creo.

La realidad es que tenemos un Congreso con miedo. La mayoría de los congresistas temen proponer leyes nuevas que limiten el uso de armas. ¿Por qué? Porque se enfrentarían a la Asociación Nacional del Rifle y a los millones de dólares que la organización poderosa podría invertir en su contra en las elecciones próximas. Como me comentó el representante de Illinois, Luis Gutiérrez, para cambiar las leyes actuales se necesitan muchos congresistas dispuestos a perder sus puestos. Y, la verdad, yo no conozco a muchos congresistas así.

Esta es la realidad que es preciso cambiar. En ningún país del mundo hay tantas masacres en escuelas como en Estados Unidos. En esta nación hay, aproximadamente, un arma por cada uno de sus más de 300 millones de habitantes.  El rifle utilizado por el autor de la matanza es muy similar al que usan las tropas de Estados Unidos en las guerras de Afganistán e Irak. Poseer un rifle de ese calibre sólo puede tener un propósito: matar a seres humanos. Nunca he sabido de un cazador que salga en busca de venados con rifles que disparan ráfagas de balas al tocar una sola vez el gatillo. 

Es un argumento falso decir que con más armas estamos más seguros. Japón ha demostrado que con menos armas hay menos asesinatos. Ahí los ciudadanos, con muy raras excepciones, tienen prohibido portar armas.

Después de una masacre como esta, siempre acaban diciendo que el responsable estaba “loco”. Pero la diferencia en Estados Unidos es que esos “locos”, si de verdad lo fueran, tienen acceso irrestricto a armas de fuego. Sin armas de fuego, los problemas y las venganzas personales de Adam Lanza no hubieran culminado en una matanza.

En estos momentos es impensable que Estados Unidos elimine la segunda enmienda de la Constitución, que garantiza la compra y uso de armas para cualquier ciudadano. Pero ciertamente las circunstancias en que vivimos ahora son muy distintas a las que motivaron que se aprobara dicha enmienda en 1791. Ahora, lo verdaderamente radical, sería buscar la erradicación de la segunda enmienda. Pero no hay la voluntad política para siquiera plantear la idea en el Congreso.

En abril del 2007 viajé a Blacksburg para cubrir la matanza de 32 personas en la universidad de Virginia Tech. En esa ocasión me sorprendió cómo, en un momento dado, puedes estar tomando una clase de alemán y, al siguiente, estás muerto. Poco después escribí que era “una locura que un perturbado mental como Seung-Hui Cho pueda comprar fácilmente armas de ataque en Estados Unidos”. Y concluí con pesimismo: “Nada va a cambiar”.

Desafortunadamente, tuve razón hace cinco años. Las masacres se han repetido una tras otra. Y ahora estamos esperando la que sigue. Pronto.

Aun si los congresistas norteamericanos se atrevieran a dejar de lado sus diferencias políticas y lograran un acuerdo para limitar el uso de armas de combate, millones de pistolas y rifles seguirían en circulación. Y eso no modificaría, en absoluto, la cultura de violencia que reina en Estados Unidos, desde sus dos guerras hasta sus juegos de video.

Por eso no les creo a los políticos estadounidenses cuando dicen que ahora sí es el momento para hacer algo que evite más masacres como la de Newtown. Temo concluir con el mismo pesimismo que antes: Nada va a cambiar y, otra vez, solo estamos esperando a que ocurra la siguiente masacre. Sólo ignoramos cuándo y dónde.