lunes, 28 de julio de 2014

EL PUNTO DE QUIEBRE




Así podríamos llamar al momento aproximado en la vida de todos nosotros, cuando el formar pareja estable se vuelve gravitante. Es difícil establecer una edad exacta, pero pareciera girar alrededor de los 27 años; tal vez un poco menos para las doñas. Obviamente que no todos terminamos emparejados, pero tomar cualquiera de los dos caminos por esos años, define con considerable certeza el corolario de nuestras historias personales.

La niñez, adolescencia y juventud temprana transcurren a una distancia mas emocional que cronológica del inminente punto de quiebre. Aquí casi nos limitamos a recorrer rutas trazadas por otros: la escuela, la familia heredada, la universidad. Vemos todo tan distante y sin ninguna preocupación. Pero son justamente esas experiencias las que marcan fuertemente el desenlace ulterior. Mucho influye aquí las estructura familiar en la que transcurrieron los años formativos. Pero como todo en la vida, nada es determinante. 

Tras el punto de quiebre pasamos a ser Homus emparejadus u Homus solterus; una de dos. Cada especie con sus propias características que se acentúan con los años. H. solterus pareciera ser más egocéntrico, menos asequible y de poco conceder. Mientras que H. emparejadus desarrolla un pensamiento más colectivo, más inclusivo y conciliador. Socialmente, cada sub-especie busca asociarse con sus semejantes. Como ejemplo, las típicas esposas-madres terriblemente incómodas por la atractiva amiga soltera que alguien invitó a una reunión. O el clásico hombre casado que no le ve ya sentido a las largas noches de copas y despilfarro que los solteros aún organizan. 

Muchos H. solterus dirigen sus esfuerzos especializándose en sus habilidades profesionales y laborales al gozar de mayor tiempo disponible. H. emparejadus en cambio, dedica su tiempo mayormente a la manutención del hogar y al cuidado de la prole. Considero esenciales a ambos. Dudo mucho que entre las grandes personalidades de la historia, ciencia, arte o política, abunden los padres de familia, mucho menos los ejemplares. De igual importancia son los núcleos familiares, los que perpetúan la especie para la cual las mentes brillantes trabajan.

Si se trata de generalizar, diría yo que es más común terminar emparejado. Un poco por naturaleza humana, otro poco por estrategia de supervivencia. No considero superior ni inferior a ninguno. Sin embargo, en nuestra sociedad aún perdura el estigma. A mí me tocó ser pareja, pero creo firmemente que el mismo sentido del logro y plenitud que para mí significa mi mujer y mi familia, lo experimenta un soltero cuando alcanza metas académicas, laborales o en los negocios. Mientras nadie nos premia por tener una familia feliz y próspera, los H. solterus sí ganan medallas en los deportes, reciben galardones por excelencia en los negocios o hasta las llaves de la ciudad por décadas de trayectoria artística.