Sobre
la versatilidad en el lenguaje y la precisión semántica que la poesía y la
literatura podrían otorgar al tedioso vocabulario especializado.
El lenguaje técnico y el vocabulario
científico cumplen la importante misión de comunicar de manera ordenada y
sistemática, todos aquellos nuevos descubrimientos frutos del trabajo/estudio
en la mayoría de campos del conocimiento humano. Se hace muy necesaria entonces
la publicación de anuarios de investigación científica, boletines legales,
revistas de normas tributarias, informes económicos-financieros, etc., que
mantienen informada a una comunidad de profesionales especializados en tales
materias y al público en general.
Pero, ¿qué tan efectivo es un
documento en términos de transmitir información, cuando la palabra
“tributación” está presente 72 veces en una monografía de 5 páginas? ¿Cuánta
validez tiene realmente un informe técnico en donde 5 ó 6 vocablos se alternan
obsesivamente uno tras otro, oración tras oración, párrafo tras párrafo?
Muchísimos documentos de similiar
contenido, caen en el vicio de volverse una insufrible tortura para lectores
propios y extraños, verdaderos trabalenguas indescifrables que hablan muy mal
del nivel de preparación profesional de quien redacta. Ya sea por una auténtica
carencia de recursos creativos, o por un olímpico desinterés en buscarlos y
encontrarlos, ésta papelería así generada, rellena prácticamente cada rincón de
nuestra vida cotidiana. Dichas publicaciones provocan confusión en
el lector, y hasta casi se podría decir
que desinforman, pues un documento pobremente redactado puede ser capaz de dar
a entender una idea diametralmente opuesta a la idea original. Alientan,
asimismo, la creación de un mayor número de ellas, pues aparecen en revistas,
boletines o anuarios de propiedad de instituciones y/o asociaciones
reconocidas, obteniendo así aparente legitimidad que termina siendo tomada como
norma por otros autores.
La literatura y la poesía no son un
invento de la ingeniería o de las matemáticas, no nacieron en un laboratorio de
química o microbiología, jamás buscaron transmitir un contenido bajo la
consigna casi castrense del rigor científico, sino todo lo contrario. Cada
línea, cada frase, encierra un sentir o una apreciación, un punto de vista
personal basado en nuestros amores y desamores, en nuestras simpatías y
antipatías, en nuestras frustraciones y temores, en nuestras ilusiones y
desengaños, en nuestros deseos e inquietudes. El vocabulario y estilo de
redacción que escogemos al hacer esto, es muy diferente al que encontramos, por
ejemplo, en la revista mensual “Avances en Neurobiología”. El repertorio de
vocablos aquí es mucho mayor, es posible inclusive percibir el estado de ánimo
del poeta o del escritor a través de la
puntuación y algunas otras licencias literarias. En suma, hay un espacio mucho
mayor para la creatividad tanto en vocabulario como en originalidad de la
composición.
Es de
ésta manera pues que los grandes pensadores de todos los tiempos han sido
capaces de hacernos llegar ideas magistrales de una manera clara y sencilla.
Han manipulado con facilidad complejos conceptos de engorrosa explicación,
empleando con éxito vocabulario y otros recursos expresivos comunes a todos
nosotros. Creemos entonces haber dejado en claro lo esencial que resulta el
correcto manejo del lenguaje y lo importante que es el cultivar la versatilidad
en nuestro discurso hablado y/o escrito. Esto sólo puede ser posible a través
del permanente interés por ampliar nuestro arsenal de recursos con nuevos y viejos elementos de nuestro idioma; perpetuos visitantes de aquellas inagotables canteras llamadas Poesía y
Literatura.
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